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martes, 16 de marzo de 2010

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Sonidos de la naturaleza agua

Se habla mucho del agua últimamente. Dejemos ahora que sea el agua la que hable por sí misma a lo largo de un recorrido sonoro aguas abajo por un cauce fluvial. Un descenso desde las nubes hasta el mar por ningún río en particular, por todos los ríos, en general. Una muestra de algunas, muy pocas, de las infinitas voces del agua.
Empezamos por el principio, muy arriba, a casi 2.000 metros de altitud, en el dominio pétreo de la alta montaña. El lugar menos adecuado para estar cuando llega una tempestad. Los truenos estallan en el cielo, restallan contra los paredones rocosos y retumban ladera abajo. El valle, un profundo barranco de piedra, hace de gigantescacaja de resonancia, y prolonga los sonidos que se pierden hacia las tierras bajas.
El agua del cielo escurre ahora por la tierra, excava pequeños regatos y encharca las tollas y las praderías de montaña, donde estridulan los saltamontes y cantan las aves alpinas; un acentor común, en este caso.
Poco a poco, hilo a hilo, las aguas trenzan un pequeño arroyo, que riega los pastos hasta los que sube el ganado en los meses de verano. Pero este suave paisaje sólo es el preámbulo de lo que es capaz de hacer el agua: un rumor sordo crece y la corriente se precipita por un gigantesco escalón, una cascada de 70 metros de altura; el estruendo inicial, macizo y compacto, se transforma en un siseo agudo de agua rota, pulverizada y sin cuerpo.
El sonido del agua se recompone al entrar en un bosque de montaña; la corriente circula lenta, entre pinos y praderas mullidas en las que tiene lugar el concierto de los mirlos, en una mañana de verano.
El rumor crece y el río entra en su curso medio; un ruiseñor bastardo lanza su silbido imperativo, casi como una orden. Las orillas son una enmarañada masa de zarzas, chopos y avellanos, refugio desde el que canta un zarcero, de voz igualmente enmarañada.
Algo más abajo, en las alamedas y bosques de ribera, ya muy lejos de las primeras lluvias, el agua apenas suena. Pero, paradójicamente, el río tiene una voz inconfundible en estas bóvedas vegetales, con una acústica que matiza los zureos de las palomas torcaces y los silbidos de las oropéndolas.

Una ribera cubierta de alisos en un río del Sistema Central. Foto: Pedro Cáceres.
Todo lo que fluye llega a su fin. El río se desborda e inunda una amplia planicie litoral, donde el horizonte se aleja decenas de kilómetros. La corriente se detiene casi por completo, y las aguas quietas dan alimento a la inquieta y ruidosa comunidad de las aves de las marismas: patos, avocetas, avefrías y gaviotas reidoras, entre otras muchas.
Pero en estuarios y marismas nada está detenido demasiado tiempo, y las mareas remontan río arriba en busca de esas aguas quietas. Todos los sonidos que hemos escuchado hasta ahora se diluyen en uno solo, el batir de las olas.
En todo este recorrido, en ningún momento se ha hecho alusión a ningún lugar concreto. Pero, con un poco de imaginación, se podían entrever los paisajes correspondientes: los paredones rocosos del Monte Perdido y el valle de Ordesa, las praderías del Pirineo, la cascada de La Granja, los bosques del Lozoya, el Tajo en Aranjuez, las marismas del Guadalquivir y el mar; cualquier mar.